Astro

Grizel Delgado

ASTRO*

Mario me ve preocupado y me toma de la mano. Astro mueve la cola impaciente, pero se deja inspeccionar por el veterinario de la protectora de animales. Si todo sale bien, será oficialmente nuestro perro.

—Todo en perfecto orden: dientes, pelo, ninguna infección —anuncia el veterinario luego de un largo silencio.

—Excelente —dice Mario y le hace una seña a Astro para que se siente.

El perro obedece sin chistar.

—Solo el peso hay que revisarlo más —dice de repente el veterinario.

—¿Cómo? —pregunto sorprendido.

—Astro está gordo.

Mario levanta la ceja derecha, yo la izquierda. Quizás nos preguntamos lo mismo, si el doctor está bromeando. Al no encontrar reacción alguna de nuestra parte, se baja un poco los lentes y nos mira serio.

—Astro tiene sobrepeso.

—¿Cómo sabe usted que está gordo? —pregunto mientras busco con la mirada el exceso de grasa en el perro.

El veterinario se reacomoda los lentes. Mario me suelta de la mano.

—Mire, aquí —dice y con las yemas toca el costillar de Astro—. Un perro en su peso me deja sentir sus costillas sin que yo presione mucho. Astro no, tengo que hundir un poco los dedos para alcanzar el hueso.

—Ya —digo sorprendido. Ahora veo los pliegues de carne con una claridad apabullante.

—No es grave, lo pueden llevar a casa. El perro es ágil, corre, ¿no? —pregunta.

Asiento. Soy el encargado de salir a correr con él mientras Mario trabaja.

—Estaremos más atentos —concluye Mario y toma por la correa al perro.

Salimos del veterinario. Mario se lo queda mirando. Astro se sienta y ladea la cabeza, gruñe y luego se rasca la oreja.

—¿Volvemos a pie? —propone Mario.

—Sí —afirmo, me siento agredido.

—No entiendo. Cuidamos sus porciones, su comida es sana —dice Mario —. Sales a correr con él …—agrega.

Se hace el silencio entre los dos. Seguimos sin hablar más del tema. Seguro que piensa que no corro suficiente con el perro. Llegamos a casa, Mario se mete a su estudio, tiene que terminar unos planos. Yo intento dibujar un poco, pero me doy por vencido pronto. No tengo inspiración. João me escribe si voy a pasar por el bar, le contesto que sí, que ya salgo. Voy a cambiarme para salir a correr.

—Al rato vuelvo —le digo a Mario—. Lo llevo a pasear.

Astro mueve la cola y me sigue. Vamos al parque de siempre. Mientras corremos, pienso que tal vez necesita mucho más deporte del que suele hacer conmigo. Por eso, damos una vuelta más. Al final, lo llevo al bar de João.

Cachorrinho —dice él cuando nos ve entrar. Lleva la camisa azul celeste que le regalé y que combina tan bien con su piel tostada y sus dientes blancos.

Saca de no sé dónde un poco de chorizo. Astro mueve la cola y se sienta, quiere recibir su premio.

—Solo un poco —digo, pero no me atrevo a exigirle que ya no le dé más.

—¿Pasas a la casa? —me pregunta y sólo de verle esos ojazos verdes me gustaría tener una cola como la de Astro para que João viera qué feliz me pone verlo.

Me da la llave y dice en voz baja que entre y me duche, que en diez minutos me alcanza. Lo obedezco, cuando llega ya lo espero desnudo.

—No tengo mucho tiempo —se quita la camisa, huele a loción—. ¿En la cama?

Del pantalón saca varios pedazos de chorizo.

—Oh, no. Esto tenemos que cambiarlo —le digo e impido que se los dé a Astro.

Se encoge de hombros y me carga.

—A la cama, pues —me lleva.

Astro nos sigue, se detiene al lado de João y le lame una pantorrilla.

—Deja, Astro. Quieto.

El perro me obedece unos segundos, João se ha quitado el pantalón y me besa la entrepierna. Gimo y mi gemido es suficiente para que Astro se suba a la cama y recorra las nalgas de João con la lengua.

—Quieto —repito. Pero no consigo que respete mi comando.

—No nos va a dejar en paz —dice y sus ojos pueden más que mi conciencia.

—Vale. La próxima vez traigo sus juguetes —digo y permito que le dé los trozos de chorizo.

Vuelvo a casa. Mario ha salido a entregar los planos. Comerá con el cliente, avisa en una nota. Por la noche, cuando vuelve me pregunta qué tal ha estado la tarde con Astro. Antes me preguntaba si había dibujado algo, ya no. Le digo que excelente, que hemos caminado bastante. Astro se acerca, lo saluda y le lame la cara. Mario hace un gesto de extrañeza, revisa el hocico del perro. Se me queda mirando.

—Comió algo en la calle —afirma de repente—. Huele a chorizo.

Suspiro. Y no importa qué diga, en tantos años juntos siempre me ha reconocido las mentiras. Tiene razón. Solo estoy pensando en mí. Esto no puede seguir así. Por eso, las siguientes veces que paso con João llevo juguetes, cuerdas para morder y galletitas saludables, incluso salgo yo en bicicleta para agotar lo más posible a Astro, pero el animal no se queda quieto, ni nos deja follar en paz. Al final, siempre tenemos que darle unos trozos de chorizo. No acepta otra cosa.

Mario se da cuenta de que he perdido el control de la situación. Lo pesa en secreto y constata que Astro no está bajando de peso. Discutimos. Le digo que fue su idea lo del perro, replica que fue para que yo saliera más fácilmente de la depresión. Me callo. Sabe que me ha lastimado. Se disculpa y dice que él también hará deporte con Astro, que no es necesario que yo me haga cargo todo el tiempo del perro, pero que ya basta de tanta indisciplina. Y sé que tiene razón, tiene toda la razón.

Mario se esfuerza, lo saca a correr los fines de semana, lo pasea por las mañanas antes de empezar a trabajar. Justo él que odia tanto levantarse temprano.

Astro lo comienza a buscar más que a mí. Hasta siento que lo prefiere. Un día, mientras estoy fuera haciendo la compra, me llama Mario.

—¿Te tardas mucho todavía? No quiero dejar solo a Astro. Se ha puesto a aullar cuando ha visto que tomé las llaves del auto.

—Un poco todavía, me habías pedido que recogiera del sastre unos pantalones. ¿Por qué no lo llevas a tu cita? En muchos lugares ya se puede pasar con mascotas.

—¿En serio? —pregunta y se queda pensando unos instantes— Vale, lo llevo.

Cuelga sin despedirse de mí. Se tardan mucho. Y esta es la primera de muchas cenas, ha sido un éxito la mirada de Astro, repite Mario cada vez que regresan. Mis visitas a João disminuyen. A veces me mensajeo con él, pero no es lo mismo, su castellano es pésimo y me aburro pronto. Supongo que así se siente Astro en las reuniones de Mario, estará horas sin hacer nada.

João quiere saber cuándo paso a visitarlo, reclama un poco y amenaza con venir a casa. Le prometo que mañana. Mario llega por la noche con el perro, cuando yo ya estoy casi por dormir. Astro entra como un torbellino a la habitación y se sube a la cama, me saluda y me lame toda la cara.

—Huele a sushi —digo sorprendido.

Mario que iba a darme un beso en la frente, se queda de una pieza. No sabe qué decir. Se le agolpan las palabras en los labios.

Es la primera vez en veinte años que lo veo así, buscando un lugar para esconderse. Carraspea. Se afloja la corbata. Y yo siento un raro pinchazo en el pecho. Juego con Astro para disfrazar el silencio que se ha hecho entre nosotros. Lo veo pensar sentado en el borde de la cama. Creo que no se atreverá a hablar.

—Normalmente me pasa a mí —digo con miedo—. Hoy te ha pasado a ti.

—Me ha ganado un trozo que se me escapó de los palillos —dice avergonzado y agacha la cabeza para no verme a la cara.

—Mañana quisiera pasar el día con Astro.

Me dice que sí, pero que el jueves se lo lleva otra vez. Siento otro pinchazo mucho más grande ahora en la garganta. Se levanta y avisa que va al baño para ducharse. Astro mueve la cola y se acurruca conmigo. Me abrazo a él.

Al rato Mario lo ve en la cama, pero no lo echa. Se acerca a nosotros y nos acaricia. A partir de esa noche dormiremos siempre con él.

Astro sale con ambos, por separado. Pasea por el parque a diario, corre como poseído. A veces lo dibujo cuando se queda tirado bajo el sol. Mario sigue levantándose temprano y sale a caminar con él media hora. También lo lleva a sus reuniones, insiste en que sus clientes caen perdidos ante la mirada tierna de nuestro criollo. Parece un perro tan feliz, nos hemos acostumbrado tanto a él. Nos ha llenado la casa de alegría y ahora nos resulta imposible imaginarnos una vida sin él.

A veces huele a sushi, a veces a chorizo. A eso también nos hemos acostumbrado Mario y yo, yo he tardado un poco más que él. Solo el veterinario sigue sin saber por qué el pobre Astro siendo tan activo no consigue aún bajar de peso.


*Este cuento fue premiado en el III Concurso literario LGBT Terrassa, Cataluña 2019

Grizel Delgado nació en Ciudad de México en 1982. Es editora, correctora y reseñista. Ha publicado cuentos en las revistas mexicanas La Colmena, Palabrijes, Punto en línea y Tierra Adentro. Ha ganado certámenes de cuento en universidades mexicanas y en concursos de España. Es autora de la novela juvenil Tu abuela en bicicleta (recomendación IBBY México, 2018), del cuento infantil “El misterio de Zacango”, premiado por el certamen de Literatura infantil (2014) de la UAEM. Reside en Berlín donde trabaja como editora.

Categorías Arte, Cultura, Lenguaje, Literatura, Literatura Mexicana.Etiquetas , ,

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